Fui al zócalo de la Ciudad de México a presenciar la marcha de Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) como antes había acudido (por la tele, se
entiende) a ver el partido de Portugal y España: de espectador. Y una vez allí,
uno se da cuenta de que ese zócalo humano que es AMLO, habitado de burócratas,
sí, pero también de las bases militantes y sobre todo de pueblo, representa
la esperanza del poder transformador de la política. AMLO, a pesar de todas
las marrullerías y zancadillas que le han puesto, no sólo no se ha ido, sino
que no le han dejado solo, y llena zócalos y calles como el que llena
palanganas. Pero del estar, de ese estar multitudinario, ha llegado el
momento de ser. Y hay razones de peso para que lo sea. Ahí les dejo sólo
cuatro, al hilo y como respuesta del inexplicable apoyo que The Economist hizo
a Enrique Peña Nieto.
1. Hace seis años, la prestigiosa revista The Economist, una publicación pro-mercado y pro-capitalista, apoyó en la elección presidencial al candidato de izquierda Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En aquel entonces, en ese editorial, lo que argumentaba The Economist era que el problema de México no era un presidente radical, sino un presidente que no fuera suficientemente radical. Y cuando hablaba de radical se refería a un presidente que fuera capaz de acabar con los privilegios de una oligarquía que tiene a la economía mexicana monopolizada y encorsetada, con un pírrico crecimiento en el PIB insuficiente para abatir la pobreza y aniquilar los males que lleva asociadas a ella, entre ellos la inseguridad y el narcotráfico.
Pues bien, seis años después, el argumento de The Economist sigue siendo
válido: hace falta un presidente suficientemente radical, con la valentía y
la disposición, para acabar con ese “capitalismo de amiguetes”, con esa
“economía clientelar”, que levantó el PRI en sus setenta años de mandato,
y que continuó el PAN en estos últimos doce, y que ha conducido a una sociedad
profundamente desigual.
AMLO, no sólo por su
discurso, por su disposición, sino también por su independencia de las élites
propietarias, por no deber favores a esa camarilla de oligarcas, es el más apto para retirarle los privilegios
sin que le tiemble la mano. Sólo este logro, crucial para la modernización
y desarrollo de México, asestaría un duro golpe al fraude y a la corrupción y
asentaría las bases para una democratización
de las oportunidades individuales y, por tanto, para una sociedad más
igualitaria y justa.
Pero además, AMLO, como gobernante, ya lo ha hecho. Como Jefe de Gobierno del
DF, y con el fin de abaratar los costos, de propiciar ahorros para la Ciudad de
México (en parte forzado por el PRI y el PAN, que sistemáticamente le redujo el
techo de endeudamiento para dificultar su gestión) no sólo se revistió de un gobierno de austeridad, con recortes de salarios y privilegios para los altos funcionarios, sino que no otorgó los proyectos a
sus “amiguetes” y se abrió a la libre competencia: quien cumpliera con
los requisitos y ofreciera el mejor precio, ése era el ganador. En ese sentido de democratizador de
oportunidades, AMLO es más capitalista, más promercado, que cualquiera del PRI y el PAN.
2. Dice The Economist, en su editorial de 2012 sobre las elecciones
mexicanas, que en México debería ganar
la izquierda. Sí, así debería ser y así dicta la lógica. Mucho se dice que
la gran batalla perdida durante el sexenio de Calderón fue la inseguridad, con
sus 60,000 muertos. Sin embargo, tan inhumana y cruel, aunque menos ruidosa y
escalofriante, es la batalla perdida
contra la pobreza.
Según el Consejo Nacional de Evaluación
de la Política de Desarrollo Social (Coneval), del 2006 al 2010, los cuatro
primeros años del mandato de Calderón, los
pobres de patrimonio, esto es, aquellos que no cuentan con un ingreso
suficiente para cubrir sus necesidades de alimentación, salud, educación,
vivienda, vestido y transporte público aunque lo dedicaran en su totalidad a
esos fines, se incrementaron en 12.2
millones para alcanzar la astronómica cifra de 57.7 millones. Ese número es el tercer en términos absolutos de la
historia de México, sólo superado por los registros de 1996 y 1998 tras la
devaluación del peso. A su vez, implica que más de la mitad de la población de México, un 51.3% del total, es pobre,
comparado con un 42.7% en el 2006.
Si vemos el caso extremo, el de la pobreza alimentaria, referida a los
individuos cuyos ingresos no son suficientes para adquirir una canasta básica
de alimentos aunque lo dedicaran íntegramente a ese propósito, tenemos que
durante los primeros cuatro años de la gestión de Calderón subió en 6.5 millones de pobres, para elevarse a 21.2 millones de pobres, o un 18.8% de la
población comparado con 13.8% en el 2006.
Evolución del número total de pobres alimentarios
Fuente: Coneval
En Brasil,
que adolecía de los mismos males de pobreza, la izquierda del Partido de Los
Trabajadores, el PT de Lula, lleva
gobernando desde el 2003. Pero antes que él, gobernaba la socialdemocracia
de Fernando Henrique Cardoso. Es
decir, ya llevan casi 20 años de delantera a México desarrollando políticas
sociales destinadas a atenuar las carencias de los más necesitados que ha
reportado grandes beneficios al país en su conjunto.
Y es normal y lógico
que en un país con tantos pobres gobierne la izquierda. El rico y el pobre
tienes distinto poder de mercado. Pero el rico y el pobre tienen el mismo
poder democrático: un individuo, un voto. Por eso, es de sentido común pensar
que los pobres tratarán de obtener, vía democrática, todo aquello que no pueden
conseguir por el mercado. Y esa sensibilidad social, ese sentido de solidaridad
de dar por la vía de políticas públicas lo que no puede dar el mercado, sólo lo
posee la izquierda.
En eso, AMLO también
gana a todos por ideología, discurso y disposición. Recuerden el lema
tan rawlsiano de su campaña de hace seis años: “Por el bien de todos primero los pobres”. Pero además, AMLO, como gobernante, también lo ha hecho ya. Como
Jefe de Gobierno del DF, creó planes de ayuda para adultos mayores, madres
solteras, y discapacitados; apoyó la educación con programas de útiles
escolares, becas o la construcción de una universidad gratuita; o contuvo las
alzas del transporte público para no golpear a los más desfavorecidos. AMLO es, por tanto, también el candidato
más indicado abatir el lastre social de la pobreza en México.
3. Ahora bien, si bien The Economist razona que debería ganar la izquierda,
de forma incongruente no da su voto a AMLO. La razón es que considera que AMLO es un
candidato antidemocrático, que no está capacitado para gobernar el país tras su
“desafortunado comportamiento” tras las elecciones de 2006.
Sin embargo, fuera afortunado o
desafortunado su comportamiento en el 2006, lo cierto es que es entendible. La historia de México
está repleta de casos de fraudes
clamorosos, como el de 1988. Y en su caso, venía precedido por el siniestro
intento de desaforarlo y sacarlo de
la carrera presidencia, junto el descubrimiento de maquinaciones y estratagemas
para derrotarlo (caso Hildebrando, o las argucias que idearon para no dar los
resultados al cierre de las casillas).
Calderón ganó con una magra ventaja de
0.56% y las instituciones, el IFE
(presidido por un ahijado de bodas de Calderón) y los tribunales electorales, fracasaron a la hora de transmitir una
imagen de transparencia y credibilidad. Por tanto, sobre Calderón,
que ganó “haiga sido como haiga sido”, siempre sobrevoló la sospecha de la ilegitimidad.
Desgraciadamente, durante la gestión
del PAN, y contrariamente a lo que se pregona, no se ha logrado una democracia más profunda en México, y en
algunos casos se ha producido una degradación de las instituciones.
Prácticamente en todas las elecciones estatales, algún candidato impugna los
resultados nada más conocerse. ¿Qué se puede esperar de una elección federal?
No le faltaba razón a AMLO cuando mandó a las instituciones al diablo. Pero no lo hacía por antidemócrata, sino por demócrata, porque esas instituciones están corruptas y no sirven para una nueva y moderna democracia en México. En realidad cuando AMLO pedía el “voto por voto, casilla por casilla”, lo que pedía era más democracia y no menos, más transparencia y no menos, sólo que se la negaron. Por tanto, no parece él precisamente que sea el peligro para la democracia, sino los otros.
No le faltaba razón a AMLO cuando mandó a las instituciones al diablo. Pero no lo hacía por antidemócrata, sino por demócrata, porque esas instituciones están corruptas y no sirven para una nueva y moderna democracia en México. En realidad cuando AMLO pedía el “voto por voto, casilla por casilla”, lo que pedía era más democracia y no menos, más transparencia y no menos, sólo que se la negaron. Por tanto, no parece él precisamente que sea el peligro para la democracia, sino los otros.
4. AMLO posee un diagnóstico acertado y claro sobre los problemas del
país, las medidas para solucionarlos y la pretensión de realizarlo: un modelo económico que compatibilice el
crecimiento económico con la inclusión social. Redefinir la estructura de
los intereses del país a través de una gestión honrada y justa del presupuesto junto con incentivos adecuados, es elemental para lograr una estrategia de crecimiento
solidaria de largo plazo, que es la que vale. Como él bien dice, más de lo
mismo no sirve de nada. Así lo hizo Lula, y es Lula el álter ego de AMLO y no
Chávez, como dicen sus enemigos políticos.
Para eso se necesita que los pequeños y medianos empresarios, la mayoría
no organizada, la clase trabajadora, se incorporen a la vanguardia económica
del país, lo cual implica romper con la poderosa plutocracia mexicana. En
tanto siga favoreciendo los intereses de una élite privilegiada, no se logrará
reducir de manera sostenida la pobreza, y se fracasará en el intento de tener
una clase media amplia que, de por sí, dote de estabilidad a los ingresos del
país frente a las situaciones de auge y recesión propias de los ciclos
económicos. Disminuir la pobreza, crear una amplia clase media, es fundamental
para ganar otras batallas como la de la inseguridad ciudadana, la crispación
social o la inestabilidad política.
De todo esto se desprende que AMLO es el candidato que se merece México. Tiene el diagnóstico, las medidasd que se precisan y la voluntad de llevarlas a cabo y sólo por eso, que es mucho, merece la presidencia. Ahora bien, si allí llegara, no será tarea fácil su realizacion. Muchos son los obstáculos y habrá decepciones. Pero hay que dar a AMLO y a la izquierda mexicana esa oportunidad.
De todo esto se desprende que AMLO es el candidato que se merece México. Tiene el diagnóstico, las medidasd que se precisan y la voluntad de llevarlas a cabo y sólo por eso, que es mucho, merece la presidencia. Ahora bien, si allí llegara, no será tarea fácil su realizacion. Muchos son los obstáculos y habrá decepciones. Pero hay que dar a AMLO y a la izquierda mexicana esa oportunidad.
Que mal se nota que lo hizo un perredista,en serio creen en este tipo simplemente con lo de repartir el presupuesto mandaria a la fregada al pais. la verdad en este articulo solo estan buscando tres pies al gato.
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