Europa se juega su futuro en el mes de septiembre, sobre
todo en su primera quincena. El presidente del Banco Central Europeo (BCE),
Mario Draghi, trazó el plan general a principios de agosto, y desde entonces ha ido ganando
adeptos y trabaja a destajo para convencer a todos.
El último esfuerzo en ese sentido es el artículo que publicó hoy en el diario alemán, Die Zeit (El tiempo), a sabiendas de que son los
germanos los que más se oponen a un plan que implica la compra de bonos de
deuda pública en el mercado secundario por parte del BCE, sobre todo de España
e Italia. Previamente, como condición para recibir el apoyo del BCE, el país en
cuestión debe solicitar ayuda al fondo de rescate permanente, por lo que el BCE
no actuaría solo, sino que lo haría de la mano de los fondos de rescate.
En el artículo de opinión, Draghi busca tocar la fibra
sensible de los alemanes, y alude en varias ocasiones a las razones primeras
que llevaron a la construcción del euro, no sólo económicas sino también políticas, esto es, estabilidad,
prosperidad y paz.
Bajo ese argumento, justifica la necesidad del BCE de
adoptar medidas que van más allá “de las herramientas estándar de política monetaria”,
pero siempre cumpliendo con el mandato del BCE. Su uso responde a la necesidad
de restablecer los mecanismos de transmisión monetaria, dado que los mercados
están fragmentados por “miedos irracionales”. Draghi insiste en que el BCE debe
reparar esos bloqueos para asegurarse que los efectos de una política monetaria
única logra la estabilidad de precios para todos los ciudadanos de la eurozona.
El plan, como ya se ha dicho, consiste en que el BCE
intervenga en el mercado secundario de España e Italia, pero condicionado a que
previamente los países hayan solicitado ayuda al fondo de rescate. En el diseño
del plan, hay que tener bien amarradas todas las aristas (disminuir o quitar al BCE el estatus de acreedor preferente, cómo y cuándo intervendrá, en qué parte de la curva y cómo preservar su independencia). Por eso el BCE
trabajó durante este mes de agosto a destajo y Draghi suspendió su discurso en
Jackson Hole (evitando de paso la presión de los medios).
Lo cierto es que, sea cual sea el plan en específico, tiene
la bendición de la canciller alemana, Angela Merkel, y de uno de sus secuaces
en el BCE, Jörg Asmussen. Pese a las críticas del presidente del Bundesbank,
Jens Weidmann, Asmussen dijo en un discurso en el Bundesbank el pasado lunes que el BCE ya está
trabajando en los detalles de programa de compra de bonos, y que mejorará al
anterior programa al condicionarlo a ciertas reformas. Por tanto, la oposición del Bundesbank no está frenando los trabajos.
Asmussen se adscribe a la idea de que el BCE puede hacer
cosas para aliviar la crisis de deuda soberana sin salirse de su mandato. Lo
que Asmussen quiere decir con esto es que el BCE puede intervenir en el mercado
secundario sin poner en riesgo su principal objetivo de política monetaria (la
estabilidad de precios), sin perder la independencia, y sin tener que rescatar
o financiar a un gobierno a través de la monetización de su deuda.
A juicio de Draghi y también de Asmussen, una parte del
aumento de las primas de riesgo de España e Italia “refleja el miedo sobre la
reversibilidad del euro y, por tanto, el riesgo de tipo de cambio” más que la
realización de malas políticas económicas.
La lógica, por tanto, es que no puede haber un euro estable
en tanto que exista el riesgo de que España o Italia regresen a sus antiguas
monedas. Por tanto, la intervención del BCE se explica como una protección al
euro.
Por tanto, el BCE trabaja con un fuerte consenso detrás de
su plan. El Bundesbank patalea, pero por los comentarios de Asmussen e incluso
de Merkel, empiezan a resultar a estas alturas un poco fastidiosos.
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