En estos días hemos
mostrado optimismo con que Europa vuelva a ayudar a Grecia. En ese asunto, los
próximos días serán cruciales, más desde que el primer ministro griego, Antonio
Samaras, lanzó la petición de que le den dos años más para cumplir con las
metas fiscales que le exige Bruselas. Mañana, el presidente del Eurogrupo, Jean
Claude Juncker, acudirá a Atenas a estudiar ese asunto. El viernes, además,
Samaras viajará a Berlín y el sábado a París para presentar a Merkel y Hollande
su programa de austeridad y pedir esa prórroga de dos años. Antes, el jueves,
Merkel y Hollande se reunirán para fijar una postura común frente a la petición
griega.
¿Por qué creemos que Europa echará otra mano a Grecia para
que permanezca en la eurozona?. En primer lugar, porque el precio que tiene que
pagar para que permanezca es mucho menor del que tendría que pagar en caso de
que saliera. A pesar de que algunos han afirmado que una salida de Grecia ahora
no sería tan dolorosa como en el pasado, la realidad es que provocaría grandes
convulsiones en el mercado y sería catastrófico. Una salida de Grecia, además
de la inmediata suspensión de pagos que implicaría (con el daño que infligiría,
sobre todo, a la banca francesa y alemana) provocaría otra oleada de aversión
al riesgo, la paralización del mercado de dinero, la desaparición de la
liquidez y otro estrangulamiento del crédito, o “credit crunch” de peores
dimensiones, como se suele decir, a la que provocó la quiebra de Lehman
Brothers, con la consiguiente recesión global que detonaría.
En segundo lugar, y como resultado de lo anterior, echaría
al traste todo el plan que se ha fraguado para ayudar a la economía italiana y
española, la tercera y cuarta economía de la eurozona. Algo fatal ahora que
parece que por una vez los mercados creen en el plan, tal y como muestra la
reciente reducción en la prima de riesgo y el rally en los mercados bursátiles
de la periferia, sobre todo Madrid y Milán.
Echar por tierra ese plan significa, directamente, que la
eurozona estalle por los aires. Las tasas de los bonos de España e Italia
treparía de nuevo con fuerza, al igual que las primas de riesgo, y el costo de
las potenciales intervenciones se elevaría enormemente. La credibilidad del
plan se iría por los suelos, y como vaticinaría Krugman, es de prever que los
ciudadanos españoles e italianos saquen sus ahorros de los bancos locales para
refugiarse en destinos más seguros, y se produzca una corrida bancaria y,
probablemente, un “corralito”.
Y en tercer lugar, porque iría en contra de la propia tesis
que ha venido pregonando el Banco Central Europeo (BCE). El argumento de más
peso para intervenir en el mercado secundario es que el elevado premio que
exigen los inversionistas por detentar deuda española e italiana se debe al “riesgo
de convertibilidad”, esto es, que cada país regrese a su moneda nacional. Si
quieren combatir el “riesgo de convertibilidad”, ¿qué más daño provocaría a ese
riesgo que realmente un país, Grecia, retornara a su moneda nacional?. ¿No
sería como pegarse un tiro en el pie?
Por tanto, Europa volverá a echar la mano a Grecia. ¿Cómo?
Eso es lo que se dilucidará en los próximos días. Desde luego que las metas
fiscales, los montos, no se moverán. Samaras pide ampliar los plazos. Pero
existen otros mecanismos, como que les adelanten la entrega de los fondos o les
bajen los intereses siempre que exista un férreo compromiso de Grecia a cumplir
con los objetivos. De modo que, al menos en esta coyuntura, ni pensar que
Grecia se pueda salir del euro.
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