Parecía que, esta vez sí, Europa se había coordinado para
dar un respaldo contundente al euro, un fuerte empellón. Que habían maquinado una
acción orquestada para, de una vez por todas, recuperar la confianza de los
mercados en la eurozona y pasar lo que queda de verano con una relativa
tranquilidad. Todos sabían de la importancia de este día, de lo que se jugaban,
que un nuevo fiasco no sólo provocaría una masacre en los mercados financieros
(como sucedió), sino que además minaría una credibilidad de por sí ya muy
mermada. Pero de nuevo los líderes europeos volvieron a hacer el ganso, y a lo
grande, como les gusta hacerlo.
Desde el discurso de Mario Draghi hace una semana, se habían
puesto las expectativas muy altas. Uno, en un principio, dudó de sus palabras. Decíamos
en aquellos días que el rally duraría hasta el miércoles, y que el BCE
defraudaría.
Pero poco a poco nos fueron convenciendo de que esta vez iban en serio. Dentro del BCE, el gobernador del Banco de Francia, Christian Noyer, secundó
las palabras de Draghi.
Y en el ámbito político, el ajetreo fue inmenso. El ministro
de economía de España se paseó por Berlín y París, visitando a Schäuble y
Moscovici. Merkel se reunió con Hollande y con Monti, lanzando al unísono las
palabras mágicas de que “se haría todo lo que hiciera falta para salvar al euro”.
El presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, se unió al corifeo. El secretario
del Tesoro de EU se juntó con Draghi y Schäueble y habló con Luis de Guindos.
Monti se dio una vuelta por Helsinki y París, y culminó su gira hoy en Madrid.
El plan parecía claro,
según reveló el diario francés “Le Monde” el viernes pasado y fueron corroborando
los propios líderes europeos. El BCE
reactivaría su programa de compra de deuda en el mercado secundario, pero no
iría solo: iría acompañado de los gobiernos, que a través del fondo de rescate
comprarían deuda en el mercado primario a los países que lo solicitaran.
Es decir, que para que el BCE ayudara a España (y a Italia),
había que “convencer” previamente a Rajoy y a Monti de solicitar la ayuda al
fondo de rescate para intervenir en el mercado primario, sí, con el “estigma”
que eso implica además de las nuevas condicionalidades a las que se sometería a
ambos países.
Rajoy, durante este tiempo, rechazó de manera tajante que
fuera a solicitar ayuda al fondo de rescate. Había que convencerlo, aunque en
verdad la labor de convencimiento debería venir solo, de los propios mercados. Igual
rechazó que fuera a pedir el rescate a la banca española, y terminó comiéndose
sus palabras con patatas (o que fuera a subir el IVA… es decir, lo que a estas
alturas diga Rajoy no son más que palabras en el viento).
De modo que cuando hoy Mario Draghi condicionó a España e
Italia a que si quieren recibir apoyo del BCE, antes tenían que pedir ayuda al
fondo de rescate, a nadie debió de pillarle por sorpresa. ¿O acaso no estaban
enterados que el BCE les iba a imponer condición? ¿No le había dicho Draghi a
Monti? ¿No iba a ir Monti a España a convencer a Rajoy de que aceptara pedir
ayuda al fondo de rescate? Cuando, tras el anuncio de Draghi, la prima de
riesgo se disparó a casi 600 pbs en España, y a más de 500 pbs en Italia, ¿no
les quedó claro lo que tenían que hacer, quieran o no quieran?
Uno podía pensar que estaban coordinados, que no era
casualidad que Monti y Rajoy, en Madrid, fueran a dar una conferencia de prensa
tras la reunión del BCE tras ver la funesta reacción de los mercados. Y que
mandarían un mensaje de unidad, de seriedad: que ya habían acordado previamente
que si las cosas se ponían mal, no tendrían de otra que solicitar la ayuda al
fondo de rescate. Pero Rajoy, tras preguntarle tres veces de manera directa si
lo solicitaría, se salió siempre por la tangente (hasta con tono insolente), y
Monti respondió que apenas había tenido tiempo para leer los comentarios de
Draghi y que estudiaría si pide ayuda al fondo de rescate “en las próxima
semanas”… Menudos elementos. Esperemos que “las próximas semanas” sea la semana
que viene, porque ya uno ni sabe qué esperar de ellos.
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