martes, 8 de mayo de 2012

Rodrigo Rato y Bankia: el gran privatizador estatalizado


 Bankia, a decir de los medios españoles, será estatalizada el viernes. Sería el trágico destino de una entidad dirigida por uno de los adalides del neoliberalismo, Rodrigo Rato, quien fuera vicepresidente económico en la era de José María Aznar, director gerente del FMI hasta poco antes de que estallara la crisis global (la cual ni vio venir) y hasta ayer, presidente de la cuarta entidad financiera más grande de España, Bankia.

Él, el sumo pontífice de las privatizaciones, el que vendió Telefónica, Repsol, Endesa, Aceralia, Tabacalera o Argentaria para entregárselas a los compañeros de pupitre de Aznar, o a los amiguetes de la cúpula empresarial, ve como su gran proyecto personal bancario, el que le iba a poner a la altura de Botín o Francisco González, lo arruinó y hasta podría ser nacionalizado.  


A esa entidad, Rodrigo Rato llegó a través de Caja Madrid, donde alcanzó la presidencia tras una ruda lucha intestina en el seno del Partido Popular de Madrid entre el presidente del partido, Mariano Rajoy, y la presidente de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Llegó con ínfulas de pachá tras su paso por el gobierno y el FMI, con la pretensión de convertirse en el gran señor de la banca.

Y lo primero que hizo, mimetizando el comportamiento de sus amigos de Telefónica, Repsol, Endesa y demás en los tiempos de las vacas gordas, fue crecer, pese a que las vacas ahora pastaban muy flacas, y Caja Madrid partía, con la crisis financiera, de una situación delicada y lo preferible era consolidar antes su posición.

Él, cuando llegó a Caja Madrid a finales de enero de 2010, aventuró que con la reestructuración del sector de cajas, el número podría reducirse de 45 a 20. Y para hacer válido su propio vaticinio,  se dedicó a engullir cajas como poseso. En menos de medio año se atragantó con la valenciana Bancaja, apestada de hipotecas basura, promociones inmobiliarias y campos de golf en el Mediterráneo, así como de las cajas de Canarias, Rioja, Ávila, Segovia y Caixa Laietana. Para ello, recibió ayuda del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) por un monto de 4,465 millones de euros (mde).

Para integrar a todo ese conglomerado constituyó Banco Financiero y Ahorro (BFA), la institución matriz con un 52.4% de la entidad, y Bankia, con nombres ya más de banco que de cajas. BFA era el banco malo, el que reunía los peores activos, y Bankia era el banco amable, la parte bonita, la marca que puso en la bolsa. Tras varios tropiezos durante el verano del año pasado para salir al parqué debido a las turbulencias en los mercados financieros internacionales, al fin logró ver la luz en el Ibex-35 de Madrid el 20 de julio, a un precio de 3.75 euros, un 15% menos de lo previsto.

La acción llegó a trepar hasta 3.9 euros en agosto, a los pocos días de empezar sus negociaciones. Pero la tendencia de los mercados globales tampoco ayudó, atormentados por las señales de desaceleración en EU y los planes para rescatar, por una segunda vez, a Grecia.




Cuando empezó el rally de los mercados globales a finales del año pasado, Bankia no pudo treparse a él, dado que empezaron a desvelarse sus problemas: una institución demasiado grande, con  una cartera problemática, cargada de activos inmobiliarios y a promotores de calidad dudosa o substandard, y una elevada morosidad.  

Así, BFA acumula en su panza un total de 31,800 millones de euros (mde) en ladrillo tóxico, lo que representa un 17% del total del sistema financiero. Por tanto, Rodrigo Rato no sólo quería convertirse en el gran banquero del país, sino también en el gran tiburón de la promoción inmobiliaria de la nación, si las cosas le salían bien.  

Lo malo es que la situación de la entidad era insostenible: el gobierno se lo hizo ver, e incluso pujó para que se fusionara con alguna otra entidad. Pero Rato se jactaba de que él podía vivir sólo en su torre de marfil, con su liderazgo intocable y ufano aseguraba que no precisaría de ayudas del Estado para sanear su hoja de balance.

Como se negaba a la ayuda del gobierno, se lo hicieron ver sus propios amigos del Fondo Monetario Internacional (FMI), y finalmente, Rajoy, en una llamada telefónica el pasado domingo, lo convenció de que, quiera o no, se iba a nacionalizar a BFA-Bankia y que lo mejor era que dejara el cargo tras su brillante gestión, tan sobria y responsable.  

Así que uno de los mentores de Carstens, como al mismo gobernador de Banco de México le gusta reconocer, se vio como mal gestor. Le fue bien como ministro de Economía y Hacienda en España durante el gran auge de la economía ibérica, donde todo era vender caro al final de la burbuja tecnológica (y así privatizó las empresas españolas) y recortar gasto en un contexto de muchos ingresos tributarios para eliminar el déficit.

Pero como decíamos, en el FMI no sólo no se enteró de la crisis que se venía encima, sino que fue cómplice de ella, alentando la desregulación que provocó el actual marasmo económico. Y cuando le tocó gestionar una entidad, se le olvidó que el mundo había cambiado y la administró como si todavía estuviera en pleno pelotazo de la burbuja... Así le fue.

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